miércoles, 21 de febrero de 2018


2017 ¿por qué?, 2018 ¿cómo?

El 2017 fue un año pobre para Colombia: el PIB creció 1.8 por ciento, por debajo del 2 por ciento del 2016. Los sectores que más crecieron fueron el agropecuario, 4.9 por ciento, y el financiero, 3.8 por ciento. Los que menos crecieron fueron el minero, -3.6 por ciento, y las manufacturas, -1 por ciento.

Los resultados agropecuarios muestran los réditos del proceso de paz: es más o menos evidente que la reducción del conflicto armando en el campo gracias al Acuerdo de Paz entre el Gobierno y la FARC ha permitido una mayor movilización de la actividad agropecuaria, así como de la inversión en el campo. Los del sector financiero son la consecuencia directa de tasas de interés elevadas que pagan los otros sectores de la economía, que benefician al primero y perjudican a los segundos.

La caída del sector minero tiene que ver con el nivel reducido de los precios internacionales del petróleo y el carbón; 70 por ciento del valor de las exportaciones colombianas. Según el Fondo Monetario Internacional, el precio promedio de los últimos doce meses hasta junio de 2017 del petróleo WTI, que es la referencia colombiana, fue 48.56 dólares por barril y el del carbón 86.05 dólares por tonelada métrica. Dichos precios alcanzaron valores máximos de 133.93 dólares por barril en junio 2008 y de 195.19 dólares la tonelada métrica en julio 2008, respectivamente, cuando se pensaba que ambos serían las locomotoras de la economía colombiana.

Con los ingresos externos reducidos, los productores correspondientes generaron utilidades, pagaron salarios y compraron bienes y servicios domésticos también reducidos. A su vez, los productores de estos últimos se comportaron de la misma manera y, así, sucesivamente. De tal manera la desaceleración externa se tradujo en una desaceleración interna. 

Lamentablemente, los precios mundiales reducidos no han inducido, hasta la fecha, una sustitución efectiva de los sectores primarios por otros que sí puedan perdurar en el tiempo al no depender de dichos precios y que sí sean intensivos en mano de obra a diferencia de los primeros. Salvo el sector agropecuario por la circunstancia mencionada, las manufacturas, por ejemplo, no mostraron un comportamiento alentador por la desaceleración externa, los costos financieros elevados y la inestabilidad cambiaria. 

Por otra parte, los ingresos externos reducidos se reflejaron en los flujos de divisas y en consecuencia en la tasa de cambio. Según datos del Banco de la República, los últimos tres años la tasa de cambio se mantuvo alrededor de 3000 pesos por dólar, muy por encima de la tasa alrededor de los 2000 pesos de los años 2014-2015. Lamentablemente no es estable, fluctúa con frecuencia entre 2850 y 3150 con lo que no se convierte en una señal permanente que asegure rentabilidad a los exportadores y a los que compiten con importaciones.

Los ingresos fiscales también se redujeron. Esa reducción y la preocupación por el mayor déficit consecuente indujeron la reforma tributaria que entró en vigor a principios de 2017. Su principal medida fue elevar la tasa general del impuesto al valor agregado (IVA) de 16 a 19 por ciento. La reforma no logró lo esperado en términos recaudatorios y nuevamente se plantea la urgencia de otra reforma tributaria que sea realmente estructural.

Corolario de esa reforma fue la elevación adicional de los precios domésticos de los bienes y servicios. Con ello, la inflación en 2017 llegó a 4.09 por ciento, por encima de la meta de inflación del Banco de la República. Tal incremento contribuyó a la desaceleración económica al reducir los ingresos reales de la población.

La inflación de años anteriores (5.74 en 2016) motivó el aumento sostenido de la tasa de interés del Banco de la República: de 3.25 por ciento en marzo de 2013 hasta 7.75 por ciento en agosto de 2016. En consecuencia, las tasas comerciales también aumentaron induciendo mayores precios en los bienes y servicios y una mayor desaceleración. Ante esta, el Banco de la Republica comenzó a reducir su tasa de interés. La primera, a 7.5 por ciento, se produjo en diciembre de 2016, en julio 2017 estaba en 5.75 por ciento y en enero 2018 fue reducida a su tasa actual de 4.5 por ciento.

La cuestión es que, con tasas de interés elevadas muy superiores a las internacionales, y tasa de cambio relativamente inestable, la competitividad y la rentabilidad de los exportadores y de quienes compiten con importaciones no está asegurada en los sectores no primarios. Y si esos comportamientos continúan, 2018 será parecido al 2017. Mejor dicho, para tener un mejor 2018 que no provenga de mayores precios internacionales, particularmente en las manufacturas, en el turismo receptivo, en la economía digital  y en el sector agropecuario, la solución es menores costos financieros, tasa de cambio elevada y estable, y para este último también más carreteras.

Fuente: http://bit.ly/2ELTUMI

Libre de virus. www.avast.com

Delicious Digg Stumbleupon Favorites More

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Top WordPress Themes
¡Recomienda este blog!