viernes, 5 de marzo de 2010


Café, ¿Cuál es la estrategia?

Las grandes fincas en la parte central del país están desapareciendo rápidamente, porque el costo de oportunidad de sembrar café en tierras costosas es muy alto.

La sorpresiva caída de la producción de café en 2009 ha tenido un alto costo para Colombia en términos de relevancia y credibilidad en el mercado internacional. Es el momento de repensar el modelo cafetero del país.

En el año 2009, la caficultura colombiana tuvo una caída de 32% en volumen. Más de tres millones de sacos de café que figuraban en las expectativas de productores, comercializadores y compradores internacionales no se materializaron. La caída, además, llegó por sorpresa, pues incluso en junio pasado la Federación Nacional de Cafeteros (FNC) todavía insistía en que la producción sería de 11 millones de sacos. 

En la larga historia de la institucionalidad cafetera colombiana, nunca se había presentado un error de una magnitud similar en los estimativos de la producción. La Federación invierte grandes recursos en estas proyecciones, pues de ellas dependen decisiones críticas para todos los actores de la cadena. Desde las expectativas de flujo de caja en las pequeñas fincas, hasta la programación de la producción y abastecimiento de canales de los grandes tostadores internacionales, todo el sistema depende del dato de la producción estimada que genera la Federación. Dada la trayectoria pasada, la fiabilidad de la proyección había pasado a ser un supuesto no cuestionado para todos ellos. 

La extraordinaria caída en la producción ha deteriorado la credibilidad de la Federación. La entidad explica que el error se debió a factores coyunturales que no deberían repetirse, como un anormal comportamiento de las lluvias y un acelerado crecimiento de la incidencia de la roya. Sin embargo, en el ambiente queda una fuerte sombra de duda. Algunos creen que la caída de la producción en 2009 es un síntoma de un problema estructural que solo ahora se hace visible. Quienes piensan así ven en esto una señal de la inevitable decadencia de las estructuras cafeteras colombianas. 

La verdad está en algún punto intermedio entre la explicación que da la Federación y las versiones más apocalípticas. La crisis de 2009 no se debió simplemente a un problema coyuntural y sí es una muestra de males profundos en el modelo cafetero colombiano. Sin embargo, todavía es demasiado pronto para que Colombia se despida del café, como parecerían anunciar las versiones más pesimistas. 

Si Colombia logra repensar su estrategia y retomar la iniciativa, tiene grandes fortalezas que le permitirían asumir una posición importante en el escenario mundial de este siglo. Para lograrlo, la Federación deberá abandonar paradigmas, reconocer problemas graves y superar barreras al cambio. La caída de la producción de 2009 es un campanazo de alerta, pero todavía estamos a tiempo para retomar un liderazgo.

Impactos del desplome

Tradicionalmente, la producción anual de café en Colombia ha sido bastante estable, alrededor de los 11,5 millones de sacos. Como consecuencia de la caída en la producción, los productores dejaron de recibir $425.000 millones, al reducirse el valor de la cosecha de $3,8 billones a $3,4 billones. Los exportadores dejaron de exportar 3,2 millones de sacos y muchos registraron pérdidas importantes, al no poder entregar el café que tenían vendido oportunamente. 

Para los actores en el mercado cafetero global, una de las ventajas de hacer negocios con Colombia había sido la alta predictibilidad de los despachos. Sin embargo, ahora los grandes compradores se quejan no solamente de la caída de la producción, sino porque la Federación manejó mal la información. Solo hacia finales del año se anunció que la producción iba a estar por debajo de lo anticipado, e incluso en ese momento creía que estaría por encima de los 8 millones de sacos. La cifra final fue de 7,8 millones de sacos, el nivel de producción más bajo desde 1976. 

Los tostadores internacionales, al no contar a tiempo con el café que habían comprado, tuvieron que salir a conseguirlo en el mercado pagando una prima por escasez cercana a 100 centavos de dólar (esto, cuando lograron conseguir café colombiano). Dada la dificultad para adquirirlo, en muchos casos tuvieron que reemplazarlo por café de otros orígenes, alterando la composición de sus mezclas. Como resultado, el ambiente en la industria tostadora internacional es bastante adverso a Colombia en estos momentos, debido, particularmente, al mal manejo que se le dio a la información. Los tostadores se sienten traicionados y agredidos. En un entorno internacional, donde los negocios se hacen con base en la confianza, una cosa es la caída en la producción y otra es recibir información imprecisa cuando ya estaba bien avanzado el año. Lo más preocupante es que los grandes tostadores han perdido confianza en la institucionalidad cafetera colombiana, algo nunca visto en el pasado. 

El costo para la industria internacional fue alto, como bien lo reconoce el gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, Luis Genaro Muñoz; pero quizás el mayor costo fue la pérdida de credibilidad en la institucionalidad cafetera.

¿Por qué?

De acuerdo con Luis Genaro Muñoz, gerente de la FNC, la caída en la producción fue resultado de la reducción de la productividad de los cafetales debido a una combinación de exceso de lluvia en las zonas cafeteras y la menor aplicación de fertilizantes por su alto precio (ver entrevista). Como ingrediente adicional está el aumento de la infestación por roya -plaga que prácticamente había desaparecido- en las zonas sembradas con variedades poco resistentes, unas 300.000 hectáreas. Para 2010, la FNC espera que la producción vuelva a los niveles normales de 11 millones de sacos. De hecho, la Federación acaba de sacar su pronóstico de 5,2 millones de sacos para el primer semestre del año, con lo cual la producción para el año completo podría estar cercana a los diez millones de sacos. La entidad cuenta con que las condiciones climáticas cambiarán y los niveles de fertilización se recuperarán gracias a los menores precios y al programa Fertifuturo.

La FNC ve el problema como un desajuste temporal en algunas variables y, si retornan a sus niveles usuales, todo se normalizaría. Pero existen múltiples interrogantes alrededor de las explicaciones que da la Federación, que llevarían a pensar en un diagnóstico diferente. Los problemas son de fondo, se vienen acumulando desde hace tiempo y no van a desaparecer tan fácilmente.El caso del clima es un buen ejemplo. Las proyecciones de la FNC para 2010 dependen de que las condiciones del clima sean normales. Sin embargo, es posible que estemos ante tendencias de largo plazo en la cuales el calentamiento global tendrá un fuerte impacto en las zonas cafeteras colombianas. Según un estudio elaborado por el CIAT y GTZ, entidad de cooperación internacional del gobierno alemán para el desarrollo sostenible, es necesario considerar los efectos del cambio climático sobre el cultivo del café en Colombia, que van desde una reducción del tiempo de maduración, lo cual afectaría su calidad, hasta una reducción de las zonas aptas para cultivo. Si estas consideraciones resultan ser ciertas, el impacto del clima sobre el cultivo del café no puede ser visto como un tema coyuntural y constituiría una seria amenaza de largo plazo sobre la estabilidad y la calidad de la oferta (ver recuadro).

Por su parte, la caída en el uso de fertilizantes en un cultivo de tanta tradición no obedece solo a unos precios desfavorables. El fenómeno también tiene que ver con cambios en las prácticas en las fincas y en la propia cultura de cultivo. Lo mismo pasa con la roya. Esta plaga, que llegó a ser una amenaza letal, había sido prácticamente desterrada, pero ha resucitado. Esto solo puede pasar en un contexto de deterioro de las prácticas de cultivo en el largo plazo y no se puede entender como un problema coyuntural. 

El gerente, Luis Genaro Muñoz, habla de 300.000 hectáreas envejecidas y que presentan muy bajos niveles de productividad. El descuido en estos cultivos refleja un deterioro en la calidad de la gestión de las fincas que tiene que ver con una amplia variedad de factores sociológicos, incluyendo el envejecimiento de los cultivadores y la falta de motivación en los jóvenes para asumir un liderazgo empresarial en las parcelas de sus padres. Este tampoco es un fenómeno coyuntural. El país no puede cerrar los ojos ante estas realidades. Si no comenzamos por hacer un diagnóstico realista de nuestra propia situación y no adoptamos una nueva estrategia cafetera que asuma estos problemas a fondo, las perspectivas para nuestra caficultura se deteriorarán en menos tiempo del que el país imagina. "De las 870.000 hectáreas sembradas en café en Colombia, 300.000 están envejecidas, presentan bajísimos niveles de productividad y se encuentran cultivadas en variedades susceptibles a la roya. En su mayoría, estas plantaciones están en las manos de los productores más pequeños y pobres", Luis Genaro Muñoz.

Cambia el mercado

Cualquier discusión sobre la estrategia para el café colombiano tiene que partir de las nuevas realidades del mercado internacional. Colombia se acostumbró al discurso de que era el segundo productor del mundo y a una influencia en el mercado mundial derivada de esa posición. Ahora, cuando las cosas han cambiado y la posición de Colombia en el mercado mundial se ha reducido, muchos ven la perspectiva internacional con pesimismo. Sin embargo, el hecho de que enfrentemos nuevas realidades no significa que los mejores tiempos para el café colombiano hayan quedado atrás. Es posible asumir el nuevo escenario con objetivos ambiciosos. Pero, para que esto ocurra, es indispensable cambiar. Hace ya unos años, Colombia tuvo que acomodar el duro golpe de bajar del segundo al tercer lugar en el mundo como productor de café, después de Brasil y Vietnam. En 2009, por cuenta del desplome de la producción, Colombia se ubicó por debajo de Indonesia y descendió al cuarto lugar. Para muchos, este ha sido un duro golpe que señala una tendencia de decadencia a largo plazo en la caficultura colombiana.

Es posible que este vínculo entre el volumen y la autoestima de los caficultores sea parte del problema. En realidad, Colombia debería preocuparse menos por el volumen y más por la calidad de su café. La posición relativa en el ranking global de producción no es algo tan importante, pues se trata de productores muy distintos, con enormes diferencias de calidad y precio. Colombia es el productor número uno de café arábigo lavado (café suave), considerado el mejor del mundo. Entre tanto, Brasil, que es el principal productor del mundo en términos absolutos, produce café arábigo no lavado y café robusta, ambos de calidad inferior al colombiano. Vietnam e Indonesia, por su parte, son productores de café robusta. Aunque la producción actual de Colombia sea menor, los atributos específicos que aporta el café colombiano para lograr una taza de excelente calidad, que al final es lo que importa, hacen que no sea tan fácil reemplazarlo. Además, Colombia es uno de los pocos países en el mundo que tiene producción de café durante todo el año, lo que permite a la industria abastecerse de café fresco permanentemente. 

Las tendencias internacionales de largo plazo en materia de consumo de café son favorables para el producto colombiano. Este mercado internacional ha tenido dos características centrales. Por una parte, el consumo ha crecido en forma continua a través de los años, aun en épocas de crisis económicas e incluso guerras. Por otra, la preferencia por la calidad ha aumentado permanentemente, en la medida en que han crecido los ingresos de los consumidores. La experiencia de Japón es muy ilustrativa. El incremento del ingreso per cápita a través de los años (ver gráfico) llevó a un aumento considerable del consumo por persona. Otros casos, como el de Finlandia (ver gráfico) confirman que la preferencia por la calidad aumenta con el crecimiento del ingreso. 

Todo indica que esa tendencia se va a intensificar, en la medida en que en los países emergentes, esencialmente de Asia, surge una clase media urbana con una capacidad de consumo importante. Se espera también que aumente la demanda por café certificado y que consumidores y tostadores exijan saber más acerca de la fincas de donde proviene el café, así como la forma como este se cultiva. Desde esta perspectiva, las oportunidades no están solo en el exterior. Colombia también tiene una clase media emergente que busca cada vez consumir productos de mejor calidad y más sofisticados. A esto apunta la campaña para el consumo de café que se va a lanzar próximamente. El ejemplo de Brasil es muy importante. Ese país pasó en veinte años de un consumo de café de 2,5 kilos per cápita al año a 6 kilos actualmente. En los últimos cinco años, Brasil ha sido responsable del aumento del 50% del consumo mundial de café. El fortalecimiento del mercado interno traería ventajas para la caficultura colombiana, en la medida en que no habría que depender de los tostadores y comercializadores internacionales. En ese modelo, son los compradores y tostadores quienes imponen las condiciones, como bien lo menciona Luis Genaro Muñoz en su entrevista con Dinero, con respecto a las Tiendas Juan Valdez.

Estas tiendas, que surgieron hace seis años como vitrina para promocionar el café colombiano y producir al mismo tiempo mayor valor agregado, se han convertido en un motivo de controversia. Internacionalmente, los tostadores las ven como una competencia directa, algo que es cierto, pero que no debería impedir a los colombianos desarrollar su propia marca para llegar al consumidor final. Dentro del país, por su parte, son criticadas por su alto costo y baja rentabilidad. La Federación está trabajando para corregir este problema (ver recuadro). Dado que las tendencias de consumo en los mercados internacionales son fundamentalmente favorables para Colombia, nuestra caficultura puede aspirar a lograr metas ambiciosas en términos de conquista de mercados. Por el lado de la demanda mundial, no hay razones para dejar de creer en el café.

Desde la perspectiva interna, el café sigue siendo vital para Colombia. Si bien ha perdido relevancia como porcentaje del PIB o de las exportaciones totales del país, su impacto en la economía es muy importante. El valor de la cosecha cafetera anual es de $3,4 billones (0,68% del PIB) que aunque no es mucho, es dinero en efectivo que va directamente al consumo de las familias. El empleo cafetero es el más grande del país y las exportaciones, cuyo valor en 2009 fue de US$1.723 millones, aún son significativas. Además, el café sigue siendo vital para Colombia desde la perspectiva de la cohesión social. La estructura de producción, con base mayoritariamente en el minifundio, les da sentido de pertenencia a los productores y mantiene la unidad familiar en las regiones de cultivo. Estos son elementos que tienen valor. De hecho, la sostenibilidad de la producción es uno de los factores más importantes desde la perspectiva de los consumidores globales. La estructura de la caficultura colombiana puede llegar a ser un gran activo a la hora de conquistarlos.

Un nuevo modelo

El café colombiano lo tiene todo para salir adelante en este siglo, pero hay que empezar por cambiar el modelo mental predominante. El modelo cafetero colombiano fue creado para un mundo muy diferente al actual, cuando existía un pacto de cuotas entre países productores y consumidores. Lo importante era producir un café de buena calidad para exportación, sin tener en cuenta las características particulares de los cafés de las distintas regiones. La generación masiva de divisas dependía del pacto y por ello el café estaba en el centro de la agenda del Gobierno. El desarrollo de un mercado interno de café exigente no estaba en la mira de nadie. 

El pacto de cuotas se acabó, pero las rutinas y las estructuras siguen siendo muy similares a las del pasado. La estructura de la producción permite hacer un desarrollo de la caficultura colombiana acorde con las demandas actuales en materia de sostenibilidad. Sin embargo, esto involucra una mayor complejidad y difícilmente puede lograrse con un esquema basado en las necesidades del pasado. El cambio en el café tiene que comenzar por una renovación de la cultura. Tendría que ocurrir una transformación en la visón de los cultivadores que les lleve a tener mayor conciencia de las oportunidades que se pueden derivar a partir del hecho de contar con el mejor café del mundo, un café que puede diferenciarse dependiendo de su origen y valorizarse de esta manera. De hecho, antes de que existiera el pacto de cuotas, el café colombiano se vendía en el exterior con precios diferentes según el origen. 

Las oportunidades existen, especialmente para el café cultivado en pequeñas fincas. Las grandes fincas en la parte central del país están desapareciendo rápidamente, porque el costo de oportunidad de sembrar café en tierras costosas es muy alto. De la misma manera, el costo de la mano de obra es también alto, pues es muy difícil conseguir que la gente que vive cerca a las ciudades quiera ir a recoger café.

El dilema, entonces, está en que las mejores oportunidades para el futuro de la caficultura se encuentran precisamente en las fincas pequeñas, que son las que podrían obtener las mayores ventajas a partir del café de origen. Estos cultivadores, sin embargo, son precisamente los que tienen menor ingreso y educación y los que encuentran más difícil trabajar a través de redes y alianzas para penetrar los mercados internacionales.

El problema no es de corto plazo y el reto es gigantesco. Es necesario que la Federación asuma la necesidad de liderar estos cambios y para ello es indispensable una revisión a fondo de sus propias prácticas, para que se convierta en una organización más ágil y con mayores capacidades a fin de responder a las demandas internacionales. La experiencia del año pasado no puede repetirse. La agenda de acción está clara y, en principio, no debería haber obstáculos insalvables para moverse hacia este objetivo. El primer paso consistiría en reconocer que el mundo cambió. A partir de ahí se podría construir el futuro.


FUENTE: DINERO


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