Algunas semillas fueron plantadas en tiempos recientes. En los sectores manufacturero y de servicios se ha avanzado en diseñar e implementar estrategias que lleven a mayor productividad, como es el caso del llamado extensionismo tecnológico, que comienza a rendir sus frutos.
Sin embargo, queda mucho por hacer en otros segmentos, como el agropecuario. Entre el 2002 y el 2017, el renglón creció la mitad que el resto de la economía, lo cual explica que su participación en el PIB pasó de 8,5 a 6,3 por ciento en ese lapso.
Esto se refleja en las condiciones de vida de la población. Aunque la pobreza en el campo es mucho menor que a comienzos de siglo, la causa principal es la expansión de servicios estatales (educación, salud y transferencias estilo Familias en Acción), y no mejores oportunidades para generación de ingresos. Así lo comprueba el que la pobreza multidimensional cayó 43 puntos porcentuales, pero la monetaria en 25 puntos.
La baja productividad del sector se evidencia en una escasa eficiencia en el uso de insumos como tierra y agua, y en desperdicios de parte de lo conseguido. El valor generado por kilómetro cuadrado de una hectárea arable en Colombia en 2017 fue similar al del 2007 y equivale al 44 por ciento del promedio de la Ocde. Es conocido que tenemos una riqueza hídrica inmensa. Lamentablemente, casi el 60 por ciento del agua utilizada se desperdicia. Para completar, una quinta parte de los alimentos destinados a consumo humano se pierde en las etapas de producción, poscosecha y almacenamiento.
El motivo central es la poca disponibilidad de bienes públicos como irrigación, vías de acceso y bajas tasas de uso de maquinaria agrícola. De acuerdo con el Censo Nacional Agropecuario del 2014, solo el 16 por ciento de las unidades encontradas declaró tener algún grado de mecanización, y una proporción similar habló de haber recibido asistencia técnica. Y en lo que atañe a apoyo en comercialización, ese índice es todavía menor.
Ahora bien, en el 2017 se aprobó la Ley 1876, que estableció el Sistema Nacional de Innovación Agropecuaria (Snia) y el Servicio Público de Extensión Agropecuaria para mejorar la competitividad y productividad del sector. Sancionada la norma, es necesario acelerar su implementación, pues la masificación es clave para mejorar las prácticas culturales de modo que sean sostenibles. Es inquietante saber que la mitad de las unidades censadas no utilizaban control contra plagas, malezas y enfermedades, lo que reduce el rendimiento de las cosechas. Y aquellas que usaban agroquímicos con este fin lo hacían de manera indiscriminada, poniendo en riesgo no solo sus rendimientos al reducir la calidad del suelo, sino también la salud de los consumidores. No se necesita ser un experto para concluir que la falta de mecanismos de seguimiento y verificación de buenas prácticas a lo largo del proceso hace más difícil que los productos colombianos accedan a aquellos mercados que exigen saber cómo se cultiva un alimento.
Es conocido el potencial agropecuario del país, gracias a la diversidad de pisos térmicos y su ubicación tropical, que garantiza horas de luz constante. No obstante, falta mucho a la hora de convertir ese potencial en prosperidad real que se traduzca en más fuentes de empleo, inversión y exportaciones. Solo trabajando en mayor productividad se podrán alcanzar las metas de equidad y crecimiento.
Fuente: https://bit.ly/2wKzdxZ